Es que el mundo, el mundo es un lugar enorme y horripilante. Y me asusto, me asusto mucho. Quiero salir corriendo, agarrarte de los huevos y salir corriendo lo más lejos que se pueda de aquí. Porque soy poquito cobarde, y egoísta, y a veces bien pendeja. Es que, Sebastián, yo no tengo ese cinismo, esas canalladas tuyas, esa forma de mandar al diablo todo como si no importara. Y yo sé que si estoy contigo no importa. Pero hay un no sé qué, que no sé cómo ni cuándo que me enchina la piel y me pone a temblar en un rinconcito y me hago chiquita, chiquita. Y me quiero meter en la bolsa de tu camisa y ser tu problema, y ser tu responsabilidad y ser tu karma, y ser tu vida, tu galaxia, tu niña. El problema es que me sueltas la mano y se me acaban los poderes. El problema es que no me estás viendo a los ojos y mi esqueleto entero se vuelve gelatina y no sé dar un paso sin tu tosca forma de guiarme. El problema es que no estás pegado a mí como una sanguijuela las 24 horas del día y yo así no sé tomar decisiones. El problema es que estoy chiple, que soy un pedazo de capricho salido de tus peores infiernos. El problema- mi amor, mi tonto toro- es que mis entrañas están empanizadas con tus deditos. El problema es que cuando agarro fuerzas para irme: me empieza a dar frío, me empieza a dar calor, me empieza a dar hambre y sueño y sed, me empieza a doler todo el cuerpo, se me nubla el alma y me detengo. Me detengo y pienso en tus dientes, en tu cuello, en tus manos, en tus gritos y tus llantos, en tu forma y en tu fondo, en cómo el universo entero se ensañó para que estuviéramos juntos. Me detengo y pienso en todas las veces que se me hace un nudo la garganta y no puedo gritarte que me ames, que me consumas y que nunca me dejes. Me detengo, me detengo y pienso que el mundo es un lugar enorme y no tan horripilante.