Primero que nada te ofrezco una disculpa.
No eres tú.
Es la vida, la jodida vida. La incierta, insatisfactoria, caótica, desmesurada.
La pinche vida.
Luego te observo, muy fijamente y descubro que: Sí, eres tú, claro que eres tú, hijo de la chingada.
Tú que vienes a sacarme de mi zona de confort, a creer que lo sabes todo -a veces creo que sí.
Eres tú, jodido arrogante que llegas a besarme y derretirme.
Eres tú y tus putas palabras, tus mares de palabras, tu ráfaga de palabras.
Tú y tu coraje por no haberme encontrado antes.
Tú y tu salvavidas. Tú y tu cara de niño imbécil cuando tienes miedo de perderme.
Tú y tu voz rota cuando gritas y gritas y te quiebras y yo sólo pienso "¿cuánto daño le hicieron antes de mí?".
Eres tú, por las mañanas mientras haces un esfuerzo ridículo por despertarme, tú, cuando me abrazas y me dices -te amo- sin razones aparentes.
Eres tú, cuando te vuelves gigante sólo por estar dentro. Tú, cuando lloras. Tú cuando escribes.
Tú, cuando te quedas ahí parado a recibir mis pasteles de mierda en la cara.
Eres tú y tu parte humana, que no dejas que nadie vea.
Tú y tus deseos rotos de ser padre.
Tú y tus venas. Tú y tus pesadillas.
Eres tú y tu manera de hacerme sentir que soy un planeta entero.
Tú y tu absurdo quedarte.
S.T