Entonces, se me justifica pensar en la quemadura que va a ocasionar si se va, alegar que ese lujo ya no me correspondía y que si lo hace, que si lo hace no puedo tumbarme a pedirle que lo considere de nuevo. Se me justifica que voy a berrear y bramar, que voy a explotar y a derrumbar el único castillo que me he empeñado en construir en el aire y con arena. Sólo entonces, se me justifica tener el descaro de asegurar que le pertenezco y que siendo yo el idiota que soy, me pertenece.
S.T.