-¿Eras tú -Sebastián, hijo de la gran chingada- eras tú?
-Y sí, era yo.
¿No te ha pasado que te burlas del destino y entonces su venganza es una ironía?
Ojalá fueras cierto, ojalá por fin te haya encontrado.
El pequeño Sebastián y su terrible manera de conquistar: Quizás si le tiro su postre de limón al suelo ella entienda que me gusta. Quizás si le meto el pie, le saco la lengua, le doy un golpecito pequeño -quizás si hago todo eso- ella entienda que soy el niño más enamorado de toda la colonia. Quizás si le hago al valiente y me subo al árbol sin romperme una pierna, se vuelva loca de amor y me de un beso en el recreo delante de todos...
Pero ese romanticismo de cavernícola fue en vano y me ha llevado a ser un errante por tantos años que me resulta imposible creer que estás aquí, frente a mí, diciendo que eras tú la niña de la que huía, que eras tú la niña que se levantaba el vestido para que yo me pusiera de mil colores, y que era yo, el niño más bobo de todo el cole. Y que probablemente nada ha cambiado, que ha sido el camino más agotador de todos, que te he buscado, que me has esperado. Que nos hemos equivocado, llorado, berreado. Que aquí estás, que eres tú, que es absurdo, que no te creo, que tengo miedo, que exploto. Quizás si le escribo ella entienda que me gusta. Quizás si me pongo ebrio y le canto y le pongo nombre a todos los hijos que no vamos a tener- quizás si hago todo eso- ella entienda que soy el pendejo más enamorado de todo el universo. Quizás si le hago al machito y me aviento por un barranco, quizás me dé un beso.
S.T.
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