Y te amé, a pesar de mi propia advertencia. Y empecé a amar en ti cada peculiaridad. Cada grieta y cada espacio que me aferré en ocupar. Por si un día nos faltabamos. Por si un día y otro día y tantos días, mi amor. Y puse la última esperanza que me quedaba: para ti. En esta cajita del tamaño de tus manos. Y aprendí a esperarte en el mismo lugar que me dejaste. Y aprendí a ser yo, y a jamás volver a callar todo lo que mi cora grita. Te grita. Y terminé sediento de ti y del nosotros que tanto anhelo.
Y terminé cerrando los ojos, pidiendo que nunca te falte éste todito yo. Y que nunca me sobre ese todito tú. Y volvernos invencibles, incluso contra nosotros mismos. Y me volví a asomar al futuro, sólo para confirmar que sigue teniendo tu nombre.
S.T.