19.5.21

Las vacas sí pueden nadar.

Si ella estuviera aquí, me voltearía a ver y diría                                    "Abrázame, ya lo decidí ", 
porque eso hacía, decidirlo todo. 
Cuándo debía besarla, cuándo debía tocarla,
cuándo sonrojarme por sus atinadas vulgaridades. 
Decidía mi hora de dormir
                                                     (la cual siempre era hasta que a ella le diera sueño.)  
Qué camisas debía ponerme, -"esa no te la había visto, pero ahora es de mis favoritas".
Decidía mis horarios para fumar
                             (después de verla, porque antes se quedaba el sabor del tabaco en mis labios
 y eso no le gustaba.) 
Cuántas veces debía sonar el teléfono 
antes que yo contestara: Una, porque dos es demasiado si siempre tienes el teléfono en la mano- decía. 
Decidía las llamadas que iba a recibir a diario: 
una por la mañana camino al trabajo, otra por la tarde saliendo. Quizás una antes o después del ejercicio. Y una antes de dormir...
          "Ya lo decidí, ya lo decidí, ya lo decidí."
Pero no decidió amarme, 
                                            sin embargo lo hizo. 
(Y decidí que nunca iba a dejar de hacerlo.)


S.T.

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