Entonces llegamos a la historia que no se puede contar. Donde tiemblan los silencios. Donde me sabe amargo. Donde me siento el hombre más idiota del mundo...
El hombre pequeño del gorro. El hombre que llega tarde, sube las escaleras y espera a que ella llegue. Con los nervios, la prisa, con la explicación de que un estúpido tren tuvo la culpa de su falta de puntualidad.
¿ Quién va a pensar en esto, cuando le hable de aquello?
El cafè más caro del mundo, nueces, ese suéter blanco tejido, ese libro, ese saco azul, esa promesa de irse.
Esa mirada, ese hablar de la perdición y la locura.
Ese sexo nocturno.
La rabia, el coraje...
Cuéntame de la que sigue, su nombre, su historia, anda. Sebasiàn, Sebastiàn reacciona.
Ya no lo recuerdo.
Su cuerpo me hace desear estar junto a todas las cosas que pierde.
Yo la perdí. Nos perdimos. Siempre la llevo.
Como mentira y estafa en el costado, como pared madrileña en el pecho.
Como cadena, estaca, tormento y motor, en el cerebro.
Aquel colchón en el suelo con todas las promesas gritando.
Las puertas, los peces, y el invierno.
Esa niña del conejo-nunca-perfecto.
Del conejo muerto, del conejo que revive.
La niña-mujer-puta.
El amor de mi vida me quema los tobillos. Me quema el dedo anular. Las historias de matrimonio.
Mentira.
Aún quiero casarme.
Ya con tanta mierda que no lees o lees y no importa o escribo y ni yo entiendo.
Señora: Recuerde los 70 años.
Ya se cumplió la condena.
La invito a un auto-lavado.
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